22 Nov


Los recientes resultados electorales observados en Estados Unidos y también en el Brexit de Reino Unido, instalaron la duda acerca de si se está llegando al fin de la globalización. Dicho fenómeno comunicacional, comercial y financiero que obliga a los países a competir y a los individuos a sobrevivir en lógica darwiniana, ha propiciado las desigualdades y acentuado las vulnerabilidades estatales. Cada vez que pueden, los defensores de la globalización destacan las bondades de la apertura de las fronteras de los estados nacionales y la consolidación de las economías gracias al libre mercado, enfatizando que desde la profundización de la globalización en los años noventa, aumentó el trabajo y reforzó el comercio mundial. Sin embargo, las diferencias sociales intraestados se han hecho más visibles que nunca, empujaron el surgimiento de nuevas pobrezas y estimularon la erosión medioambiental bajo mecanismos extractivistas, que han fracturado irremediablemente las economías más débiles.

La sensación de segregación y exclusión derivadas de la globalización se están haciendo más notorias, sobre todo para los sectores populares que no se han visto mayormente favorecidos por los tratados comerciales amparados en el libre mercado, y que ha sido un excelente negocio para los controladores del capital económico mundial. En esta dirección se aumentó el consumo con más costos que beneficios, los bienes y servicios crecieron en competencia y en algunos casos bajaron sus precios; pero todo gracias a que los grandes capitales han preferido aquellos lugares donde la mano de obra es más barata, los impuestos son menores al país de origen, las regulaciones son casi inexistentes y los salarios son tan bajos que permiten aumentar las ganancias a los grupos económicos. Si a eso le sumamos la alta desconfianza de vastos sectores sociales con las elites políticas producto de casos de corrupción o de colusión empresarial como el chileno, el panorama sociopolítico es más bien desalentador para los amantes de la globalización.

Sin ir más lejos, las crisis económicas mundiales son consecuencia de la indiscriminada penetración de la globalización (como la suprime) destruyendo anteriormente las fuentes de trabajo de sectores sociales más vulnerables, pero que ahora apunta al trabajador más calificado y de clase media baja. La globalización y sus nuevos acuerdos comerciales internacionales buscan reducir los puestos de trabajo y en muchos casos precarizarlos, con el objetivo de mejorar el crecimiento económico, pero sin considerar el esperado desarrollo social. Difícilmente la tecnocracia mundial reconocerá estos dilemas de la globalización, pero lo cierto es que hay que insistir en que estas políticas de conexión comercial no sólo han dañado duramente a la sociedad pos industrial, sino que también a naciones enteras, y hoy se están pagando los costos del enriquecimiento descontrolado de unos pocos, en desmedro de amplios sectores sociales.

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