Chile acaba de vivir un nuevo proceso electoral municipal, en que las dos principales fuerzas políticas que han controlado el país desde el término de la dictadura cívico militar de Pinochet, se disputan los principales municipios del país. A todas luces la gran triunfadora de la jornada electoral fue la abstención, que llegó al 67%, aumentando en diez puntos a lo ocurrido en la elección municipal de 2012, que fue de un 57%. Solo para hacerse una idea, en 2012 votaron poco más de 5 millones 800 mil personas y para esta nueva elección esa cifra llegó más o menos a 4 millones 800 mil personas. Varias pueden ser las explicaciones que se pueden dar para entender el por qué de estos resultados, los cuales refuerzan la idea de la tremenda distancia que hay entre votantes y política. Me aventuraría a señalar que ciertamente los escándalos de corrupción que ha debido enfrentar la Nueva Mayoría encabezada por Bachelet golpearon duramente al gobierno, el que fue incapaz de convencer al grueso de la población de que eran la mejor opción frente a la derecha, quien sale triunfadora en este nuevo proceso electoral. Chile Vamos también vivió episodios de corrupción, pero parece que ese cuestionamiento dotó de una mística distinta para revertir la mala imagen. No obstante, esto ha sido particularmente escandoloso, puesto que Chile siempre se promocionó como un país inmune a la corrupción, que las instituciones funcionaban y que la democracia chilena era digna de imitar.
Un segundo factor está asociado a la alteración en el padrón de votantes y que golpeó nuevamente la credibilidad del gobierno de Bachelet. Esto significó que votantes de una comuna A, a semanas de las elecciones, fueron cambiados a votar a una comuna B, y en muchos casos sin su consentimiento. Se habló de medio millón de personas que fueron cambiadas de lugar de votación, focalizando esto en comunas como Santiago, Providencia y Ñuñoa, zonas emblemáticas para ambos grupos. Como tercer punto es que los partidos políticos han logrado tal nivel de distancia con la sociedad civil, que no son capaces de movilizar a más votantes y hoy son los grandes derrotados de la jornada electoral, así como también el actual gobierno. Lo lógico en este oscuro cuadro electoral, es que los presidentes de partidos dieran un paso al costado, si es que hay algún grado de decencia.
Un tercer factor responde a un diseño institucional avalado por la Concertación que buscó que la sociedad civil se desentendiera de la política, para que sólo gobernara un grupo de elite en beneficio de sus propios intereses. Si a eso le agregamos que la educación política en los colegios se fue restringiendo progresivamente, el fenómeno de la masiva atención era cuestión de años. Esto no es insignificante, puesto que siempre se situó a Chile como una de las democracias más destacadas de la región, los resultados de esta participación lo dejan como el país que menos está votando en la región. Desde el propio gobierno de Michelle Bachelet estos resultados se consideran como una dura derrota para la coalición gobernante e instalan un manto de pesimismo para las elecciones presidenciales de 2017. A horas de conocer los resultados, la presidenta de Chile sostuvo ante la prensa que “Es una molestia, un malestar por la falta de probidad, por la falta de renovación de los liderazgos y por la pobreza de las ideas que se proponen al país, y es un malestar que crece. La fortaleza de nuestra democracia está afectada por eso quiero llamar a que todos abordemos este tema con seriedad”. Frente a esa desazón, ya hay sectores que plantean reponer el voto obligatorio y continuar con la inscripción automática para contrarrestar la debacle política que vivieron los partidos políticos tradicionales, más aun con el sorpresivo triunfo de Jorge Sharp en Valparaíso, que dejó sin esa importante comuna a la derecha y por cierto, a la nueva mayoría que aspiraba a conseguirla. Seguirán apareciendo nuevas explicaciones a lo sucedido en Chile, pero sin duda la gran triunfadora de la noche fue la abstención, aunque a muchos les duela.