Explorando el programa del recién electo presidente de Chile, Sebastián Piñera Echeñique, noto una ausencia de algunas directrices centrales relacionadas con la política exterior de nuestro país y los países vecinos. Si bien se menciona escuetamente que Chile transitará hacia la apertura, la integración y a la lucha por los DD.HH., estos son elementos más bien generales que no responden a la realidad vecinal que deberá enfrentar el nuevo gobierno.
Este dato no es irrelevante, ya que este 2018 el país tendrá los resultados de la demanda interpuesta por Bolivia en la Corte Internacional de Justicia (CIJ) para dialogar sobre un acceso soberano al mar, avanzar en la demanda que interpuso nuestro país en el mismo tribunal contra Bolivia sobre el Siloli y probablemente esperar una contrademanda sobre el mismo aspecto. Es decir, hay un contexto de política latinoamericana que requiere con urgencia la aplicación de nuevas formas de relacionamiento vecinal, pero particularme con Bolivia.
Chile en el último tiempo ha carecido de una estrategia latinoamericana de vinculación internacional que tenga como objetivo sumar simpatías internacionales a los planteamientos jurídicos presentados por el Canciller Muñoz a la comunidad internacional. Quizás porque nunca estuvo en los planes hacerlo o porque las personas encargadas de cumplir dicha misión saben poco o nada de la política boliviana de los últimos diez años. El etnocentrismo con la cual ha funcionado la política exterior de Chile nos tiene en una posición incómoda frente al país vecino, con un presidente que se tomó en serio la idea de instalar la discusión de retorno al mar que hoy se encumbra nuevamente como candidato presidencial y que si gana la elección habrá que conversar con él nuevamente.
¿Qué debe hacer Chile bajo este panorama vecinal? Mi propuesta no es algo que no haya dicho anteriormente por esta vía o en algunos medios nacionales e internacionales, pero siempre es bueno insistir en una idea que pueda ayudar a enmendar el rumbo de las relaciones de Chile con Bolivia. Lo primero que diría es que Chile debe redefinir qué tipo de integración quiere construir. Por ejemplo, comenzar a pavimentar una integración política que le permita al país retornar al barrio no parece irrealizable, pero se necesita un análisis estratégico serio y con objetivos claros que conduzcan de buena forma el proceso. La segunda cuestión es que la política exterior de Chile no tiene una construcción empírica y comunicacional que lo acerque a posiciones ideológicas contrarias al camino trazado por Chile. O sea, no hay una identidad latinoamericana que ayude a minimizar posibles tensiones políticas regionales que hoy siguen presentes en el imaginario colectivo y configurar una con sentido estratégico es una buena opción. La tercera propuesta pasa por instalar una política de estado sobre nuestra política exterior vecinal por sobre una política de gobierno. Cada vez que hay cambio de gobierno el presidente de turno promueve su propia agenda vecinal, la que en muchos casos es discontinua con el anterior gobierno. Por ende, lo lógico es asumir que la política con Bolivia o Perú es una política de estado más que una política de gobierno. Solo así el nuevo presidente tendrá claro el camino a seguir y evitar, de una vez por todas, que nuestra política exterior se siga judicializando, ya que los costos son mucho más altos que los beneficios. Como hoy nuestro país no pasa por su mejor momento con Bolivia en materia de política exterior, más allá de continuar con un discurso negacionista que ha sido perjudicial para el entendimiento bilateral, Chile debe dejar de ser reactivo y tomar un rol político activo que marque posiciones y asuma propuestas. Las ideas están, solo falta la voluntad y el interés en hacerlo con la seriedad que requiere implementar una nueva forma de relacionamiento internacional, propias del siglo XXI.