30 Oct

Por estos días se ha vuelto insistir en la necesidad de convocar a una Asamblea Constituyente con el objetivo de transformar la actual Constitución Política (que ha todas luces es antidemocrática) y redactar otra que responda a las necesidades de una ciudadanía de alta intensidad.

La idea es interesante por donde se le mire, pero habría que preguntarse ¿le llamará la atención al actual parlamento transitar hacia una consulta popular de esa envergadura? Es más, ¿sabrán nuestros ciudadanos en qué consiste una Constituyente?

Con respecto a la primera pregunta creo que la respuesta es absolutamente negativa, por dos motivos. El primero de ellos es que Chile cuenta con un parlamento poco representativo, que responde a intereses personales o partidistas, que hace oídos sordos a las demandas populares y que cuenta con un alto rechazo de la sociedad civil.

Según los recientes datos de Adimark, el parlamento promedia un nivel de desaprobación del 75%, haciendo de este un espacio más bien distante de la población, que el lugar natural donde se canalizan las demandas sociales. Con ese nivel de valoración es muy difícil que a los parlamentarios les anime esta idea de cambio profundo por lo antes mencionado.

En relación a la segunda pregunta, tiendo a pensar seriamente en que existe un alto nivel de desconocimiento de lo que es una Asamblea Constituyente, siendo esto notoriamente peligroso para un país que pretende establecerla. Además, las clases de educación cívica que podrían haber ayudado profundamente a producir un conocimiento de base sobre este punto, hace bastantes años fueron desplazadas. O sea, estamos en un escenario con poco conocimiento de fondo y muy cercano a la demagogia.

Lo que se requiere entonces es promover desde la enseñanza escolar una apertura al debate profundo y serio de por qué es importante instalar una Constituyente, partiendo por definirla como aquel espacio soberano formado por representantes del pueblo, cuyo propósito es discutir y sancionar una nueva Constitución, pero que debe proyectar una estructura normativa moderna para conformar un proyecto de sociedad distinto al actual.

Es decir, partamos de la base de qué tipo de sociedad pretendemos formar. Si estas cuestiones no están consideradas dentro del debate, el llamar a una cuarta urna no es más que una estrategia para captar votos, que una intención real de construcción societal.

Además, el proceso de elección de representantes para dar forma a una Asamblea Constituyente en el marco de una democracia participativa y no representativa, implica – al menos- la apertura de un proceso de participación popular y pluralista, donde se debatan y se discutan nuevas propuestas y que éstas ideas originen liderazgos individuales o colectivos claramente sancionados, con total representatividad popular y emanados desde un espacio de elaboración nacional.

Como ejemplo, Colombia vivió seis procesos de Constituyente y una fallida en 1978, pero que sirvieron de antesala a la Constituyente de 1991 que logró movilizar a todo un país y sus instituciones, en pos de un proyecto en común.

A simple vista el proceso es complejo y no basta con incluirla en un programa de gobierno si detrás de ella no hay un trabajo de base serio y responsable. ¿Qué político ha estado desarrollando una educación popular en esa línea? Ninguno, aunque parezca fuerte decirlo. Pero es valorable que alguien se atreva a instarlo en el debate intelectual, aún cuando este siga siendo insuficiente.

El llamado entonces es a introducir la necesidad de convocar a una Asamblea Constituyente y cambiar la actual Constitución desde los espacios más íntimos frecuentados por nosotros.

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